miércoles, 31 de diciembre de 2008

Ciudad

Sería sencillo,
de pronto,
cubrir la ciudad
con la sombra de una mirada,
examinando la espalda
de damas vestidas
de lunas y lentejuelas;
y dejar,
sin razón alguna,
sonrisas muertas
sobre las soledades
de las alcantarillas.

En medio de la calle
podríamos dejar algo,
que súbitamente,
y frente a nosotros,
se convierta
en una procesión de ciegos
esquivando el tráfico
en medio del asombro.

Abandonar en las banquetas,
los días,
las mañanas restantes,
y fumar un cigarro
frente a cualquier barra,
y esperar,
sin prisa,
que el silencio asfixie,
de una vez por todas
el sonido de una par de senos.

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